martes, 13 de noviembre de 2012

SERENDIPIAS




Una conversación que se dio en el chat en los días pasados fue acerca de estas raras coincidencias que se dan por ejemplo, cuando escuchas una canción y esta te trae imágenes de situaciones que no se relacionan en nada, o cosas por el estilo.

Cada uno de nosotros creo que habrá experimentado alguna vez cualquier clase de estas coincidencias. Los sabios matemáticos las justifican como acontecimientos que se deben nada más a la casualidad, pero hay quienes les atribuyen causas más profundas, ya que algunos de los casos más extremos parecen desafiar toda lógica y resulta imposible atribuirlos a la mera suerte. Qué son las coincidencias? ¿Contienen estas un mensaje escondido dirigido a nosotros? ¿Qué fuerza desconocida representan? Sólo en nuestro siglo se han sugerido algunas respuestas convincentes, pero son respuestas que chocan con las propias raíces de la ciencia. Ello hace que nos preguntemos: ¿existen poderes en el Universo de los que no tenemos todavía un conocimiento preciso?

Una serendipia según la Wikipedia (Si, otra vez usé la Wiki), es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando o haciendo otra cosa distinta. También se puede referir a la habilidad de un sujeto para reconocer que ha hecho un descubrimiento importante aunque no tenga relación con lo que busca. En términos más generales se puede denominar así también a la casualidad, coincidencia o accidente.

En la historia de la ciencia son frecuentes las serendipias. Por ejemplo, Albert Einstein reconoce esta cualidad en algunos de sus hallazgos. También existen casos de serendipias en obras literarias, cuando un autor escribe sobre algo que ha imaginado y que no se conoce en su época, y se demuestra en un futuro, sin conocimiento previo, que eso existe tal y como lo definió el escritor, con los mismos detalles.

Los primeros cosmólogos creían que el mundo se mantenía unido por una especie de principio de totalidad, o sea todos formamos parte de todo y todo de todos, ¿Entendieron?, bien, porque yo no.

Hipócrates, conocido como el padre de la medicina, que vivió aproximadamente entre 460 y 375 A.C., creía que el Universo estaba unido por unas coincidencias ocultas, y escribió: “Hay un movimiento común, una respiración común, todas las cosas están en solidaridad las unas con las otras.” Según esta teoría, la coincidencia se daría cuando dos elementos coincidentes se buscan el uno al otro.

La primera persona que estudió las leyes de la coincidencia científicamente fue el doctor Paul Kammerer, director del Instituto de Biología Experimental de Viena. Desde que tenía veinte años, empezó a escribir un diario de coincidencias (Lo cual suena bastante interesante de hacer).

Muchas de estas coincidencias eran pendejaditas, como nombres de personas que surgían inesperadamente en conversaciones separadas o una frase de un libro que se repetía en la vida real y cosas así por el estilo.

Durante horas, Kammerer permanecía sentado en los bancos de los parques tomando nota de la gente que pasaba, anotando su sexo, edad, vestido, y si llevaban bastones o paraguas. Después de haber considerado detalles tales como la hora pico, el tiempo y la época del año, descubrió que los resultados se clasificaban en grupos de números, algo muy similar a la forma de trabajar que usan los estadísticos, los jugadores, las compañías de seguros y los organizadores de encuestas.

El nombró a este fenómeno “Serialidad”, y en 1919 publicó sus conclusiones en un libro titulado La ley de la serialidad (Nombre bastante original). En este se afirmaba que las coincidencias iban en serie, es decir, se producía una repetición o agrupación dentro del tiempo y el espacio, en base a cuestiones nada relacionadas entre si, por ninguna razón lógica.

Sugirió también que la coincidencia era solamente la punta de un iceberg dentro de un principio cósmico  muchísimo más grande, que la humanidad apenas empieza a descubrir.

Pero de todos los pensadores contemporáneos, nadie ha tratado más extensamente la teoría de la coincidencia que Arthur Koestler, quien describe este fenómeno como: Los chistes del destino.

Un chiste particularmente sorprendente es uno que le fue relatado a Koestler por un estudiante inglés de doce años llamado Nigel Parker (Recuerden ese apellido…Parker): Hace muchos años, el autor de historias de terror norteamericano, Edgar Allan Poe, escribió un libro que se llama El relato de Arthur Gordon Pym. En esta historia ficticia, el señor Pym viajaba en un barco que por esas cosas de la vida, naufragó. Los cuatro supervivientes pasaban muchos días en un bote antes de decidirse a matar y comerse al cocinero, cuyo nombre era Richard Parker.  Años después, en 1884, el primo del bisabuelo del estudiante, resulta que coincidentemente fue el cocinero de un barco llamado Mignonette, y pues si, como ya lo habrán supuesto, este barco se hundió, y cuatro sobrevivientes navegaron a la deriva en un bote durante muchos días. Finalmente, los tres miembros mayores de la tripulación mataron y se comieron al cocinero. Su nombre era Richard Parker exactamente igual al cocinero de la historia de Poe.

A veces ocurren coincidencias que parecen vincular casi caprichosamente situaciones extremas, como el caso a continuación. El 15 de Septiembre de 1958, un tren procedente de Nueva York se precipitó en la bahía de Newark, hubo 48 víctimas fatales y como es de esperarse muchos periodistas cubrieron la noticia. Una foto que apareció en la primera página de un periódico mostraba el último vagón en el momento de ser extraído, con el número 932 claramente visible a un lado. Ese día, el número 932 salió en el sorteo de la lotería de Manhattan, proporcionando cientos de miles de dólares de ganancia a las muchas personas que, presintiendo un significado oculto en el número, habían apostado por él.

En otros casos, las coincidencias son casi perfectamente repetitivas, como si estas se trataran de un presagio o una historia que se reescribe una y otra vez.  Ése fue, ciertamente, el caso de tres barcos, el Titan, el Titanic y el Titanian. En 1898, el escritor norteamericano Morgan Robertson publicó una novela acerca de un gigantesco trasatlántico, el Titan, que se hundía una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje.
Catorce años después, en uno de los peores desastres marítimos de la historia, el Titanic se hundía en una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg y también en su primer viaje.

Si a estos dos casos, le agregamos la extraordinaria historia del Titanian, las coincidencias comienzan a desafiar toda posibilidad. El tripulante de este navío, William Reeves que estaba de guardia una noche de abril de 1935, durante un viaje entre el Tyne y Canadá, tuvo un presentimiento. Cuando el Titanian llegó al lugar donde se habían hundido los otros dos barcos, la sensación era insoportable. Pero ¿podía Reeves detener el barco sólo por un presentimiento?.

Una coincidencia más lo decidió: William había nacido el mismo día del desastre del Titanic. «¡Peligro avante!», gritó al puente. Las palabras apenas habían salido de su boca cuando un iceberg apareció de la nada, en medio de la oscuridad.  El barco logró evitarlo casi milagrosamente.

¿Cuántas preguntas sin respuesta te ha suscitado escuchar este caso? Interrógate sobre las casualidades que te hayan ocurrido en la vida, y tal vez empieces a ver el mundo de otra manera; o lo que es lo mismo, a entender tu propia vida y sus circunstancias desde otra óptica. No te pedimos que renuncies a la lógica, sino que completes tu visión de la realidad con estos otros datos difíciles de etiquetar, pero que de forma misteriosa humanizan el universo en que nos ha tocado vivir.

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