Fuentes: Taringa, laotrahistoria.blogspot.com, tejiendoelmundo.wordpress.com
Por momentos en muy difícil de imaginarnos que la muerte y la tragedia se puedan ver atrapadas en objetos que van manchando de sangre lugares e historias. Así como existen objetos que traen buena suerte a quienes han sido sus propietarios, también existen objetos que llenan de sangre las vidas de aquellos quienes alguna vez los han tenido en su poder, y que han tenido que desprenderse de ellos siguiendo con un recorrido macabro que pareciera no acabar.
EL DIAMANTE HOPE
Según la leyenda, su origen se encuentra en la India, donde se afirma que se encontraba engarzado en una estatua del templo de la diosa india Sita, de la que finalmente fue robado.
La primera pista histórica de este diamante se remonta a los años 1660-1661, cuando el mercader francés Jean-Baptiste Tavernier lo adquirió. Tavernier se lo vendió al rey Luis XIV de Francia en 1669 por 220.000 libras. Según la leyenda, Tavernier acabo arruinándose a causa de un extraño conjuro en la que intervino un familiar, por el cual tuvo que huir a Rusia, lugar donde sería hallado muerto de frío y medio devorado por las ratas en 1689.
Luis XIV guardó el diamante en un cofre. En 1691 el diamante reapareció debido a la realización de un inventario del tesoro real. Madame de Montespan, la amante de turno del rey, supo de su existencia y quiso que el soberano se la obsequiara. Poco después caía en desgracia y moría olvidada, en 1707. Además, durante los últimos años del siglo XVII Francia sufrió plagas y epidemias, lo que acrecentó la creencia de que atraía la desgracia y el infortunio.
Con motivo de la visita del embajador del Sha de Persia, Luis XIV le mostró su diamante al embajador el 7 de diciembre de 1715. Ese mismo año Luis XIV murió de forma inesperada. Su sucesor Luis XV ordenó conservar el diamante en un cofre y se olvido de el. Luis XV no sufrió grandes desgracias.
En 1774, Maria Antonieta, esposa del rey Luis XVI de Francia se hizo con el diamante, y en alguna ocasión se lo prestó a la princesa de Lamballe. Al final, tanto Maria Antonieta como su marido Luis XVI de Francia murieron en la guillotina durante la Revolución Francesa. La princesa de Lamballe corrió la misma suerte que los reyes de Francia.
En 1792, unos ladrones se apoderaron del diamante, pero se mataron más tarde entre ellos y sólo uno pudo guardar la piedra que conservó hasta 1820. Ese año, un desconocido mostró el diamante al tallador holandés Wilhelm Fals para que de la joya hiciera dos. La primera fue adquirida por Carlos Federico Guillermo, duque de Brunswick. El duque de Brunswick se quedó en la calle antes de transcurrir dos meses. La segunda la conservó el holandés. El hijo de Wilhelm Fals se enamoró del diamante y se lo llevó prestado, para vendérselo a un francés llamado Beaulieu. Cuando el joven Fals se enteró de que su padre había muerto de dolor, se suicidó.
El señor Beaulieu vendió la piedra, en cuanto supo de la tragedia, a un tal David Eliason, curtidor judío, quien también se asustó y fue a vendérsela al rey Jorge IV de Inglaterra. El soberano inglés cometió el error de incrustar el diamante en la que sería su corona. Perdió la razón en 1822 y murió ocho años después. Fue entonces cuando apareció Sir Henry Hope, personaje tenía mucho dinero y no sabía qué hacer con él. En consecuencia, escogió la profesión de coleccionista, pero era un tipo muy práctico, que no quiso correr riesgos con el diamante. Contrató a un grupo de rosacruces y les pidió organizar una ceremonia mágica, para exorcizar la joya. Y cuando estuvo seguro de que no causaría más problemas a nadie, decidió darle su nombre.
Nada malo le sucedió a Sir Henry, pero cuando en 1901 vendió el diamante Hope a un norteamericano de nombre Colot, regresó el maleficio. Este hombre perdió la salud al mismo tiempo que la fortuna y tuvo que pasar la joya al príncipe Kanitowski. Este noble ruso era muy aficionado a las juergas, además de inmensamente rico. El príncipe llegó a París, capital de la diversión, y obsequió el diamante a una vedette. Pocos días después surgió un altercado y Kanitowski mató a tiros a su amiga.
El griego Simón Montarides fue el siguiente propietario del diamante, y fue al siguiente al que siguió la mala suerte del diamante. Se quebró el eje del carruaje en el que viajaba y cayó a un barranco que el destino colocó en su camino. No murió solamente él, ya que además viajaban en el mismo carruaje su mujer y su hijo.
El siguiente propietario iba a ser Abdul Hamid II, rey de Turquía, quien acabo perdiendo el trono turco por culpa de una revolución y fue a morir de desesperación en la cárcel. La persona que obtuvo el diamante después desapareció en pleno océano.
El director del Washington Post adquirió el diamante más tarde de una institución bancaria francesa que lo tuvo en custodia y se fue a la quiebra. La esposa del periodista enfermó gravemente y su hijo murió bajo las ruedas de un carruaje.
La familia Mac Lean, de Estados Unidos, fue la última en poseer el diamante. En 1918, uno de los hijos de la familia, de ocho años de edad, murió atropellado. Luego otra de sus hijas murió por una sobredosis de somnífero. El padre murió en el sanatorio victima de una depresión. La señora Mac Lean ordenó guardar el diamante durante 20 años en una bóveda de seguridad. Veinte años después Evelyn Walsh Mac Lean, su nieta, moría misteriosamente en Texas.
Tras todos estos acontecimientos, el experto en diamantes Harry Wiston lo adquirió y lo traspaso al Smithsonian Institute, de Washington, donde se expone en una urna de cristal en la actualidad.
MUÑECAS VUDÚ
Una muñeca o muñeco vudú es un totem utilizado en varias tradiciones vuduístas. Es un objeto en apariencia inocente, un juguete de niños que mediante el ritual adecuado (la carga) se convierte en un procedimiento altamente eficaz para acceder a las almas de una persona a gran distancia. En vudú Rede, suelen estar hechas de madera, hierba y tela, mientras que en vudú Congo se crean en torno a un pepino o una hortaliza similar. Las muñecas de vudú Congo son mucho más poderosas que las de cualquier otra tradición; de hecho, si se realizan y cargan correctamente, nunca fallan.
¿Para qué sirve una muñeca vudú?
Para entrar en contacto con las almas y con el met tet de una persona, a distancia. Una vez este contacto está establecido, es posible utilizarlo para realizar acciones sobre esa persona mediante el uso de velas y agujas. Mucha gente piensa que sólo sirve para atraer la desgracia sobre la persona simbolizada por la muñeca, pero en realidad también pueden usarse para enamorarla, sugerirle ideas en la cabeza e incluso para protegerla y curarla desde lejos. Se pueden usar también para actuar sobre objetos, propiedades, negocios, animales y plantas, etc.
EL AUTO DE JAMES DEAN "LITTLE BASTARD"
Como la gran mayoría de las estrellas que mueren prematuramente, James Dean pasó a ser leyenda. El lema del actor era irónicamente ‘vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver’. Una idea que bien podría definir su corta existencia.
Al joven actor le gustaba pisar el acelerador, a pesar de protagonizar campañas de tráfico contra el exceso de velocidad. Un hobby que le llevó a la tumba. ¿O quizá el culpable fue su coche? Durante el rodaje de Gigante, película que se estrenó dos meses después de su muerte, James Dean se compró unPorsche 550 RS Spyder. Todo un señor deportivo de los años 50, que equipaba un motor de 110 CV de potencia capaz de llegar a los 220 km/h. El actor lo bautizó ‘Little Bastard’ (pequeño bastardo), quizá haciendo referencia a lo difícil que era manejar su endiablada propulsión trasera.
Su bastidor era 2Z77767, unos números que parecían portar una maldición. El 30 de septiembre de 1955, James Dean se dirigía a una carrera que se iba a celebrar en Paso de Robles (Salinas, California). Al llegar al cruce de la ruta 446 con la 41, chocó contra un Ford Tudor que iba excediendo el límite de velocidad. Algunas fuentes aseguran que la estrella conducía a una velocidad moderada y qué sólo el otro conductor tuvo la culpa, pero otras exponen que ambos circulaban demasiado rápido. Sea como fuere, Dean murió en el acto. Su acompañante, el mecánico y amigo del actor Rolf Weutherich, corrió mejor suerte: ‘sólo’ se fracturó la clavícula y una pierna.
George Barris, famoso ‘tunero’ de Chicago que ha elaborado numerosos coches famosos del mundo del espectáculo (el Batmóvil de los años 60, el mismísimo Coche Fantástico o el Ecto-1 de los Cazafantasmas),decidió quedarse con el destrozado Little Bastard y aprovechar algunas de las partes que podían ser útiles tras el accidente. No en vano se trataba del coche de una estrella de Hollywood.
El Porsche 550 fue trasladado a su taller. Al bajarlo del camión, las cuerdas que lo sostenían se rompieron y el deportivo cayó sobre uno de los mecánicos, partiéndole las dos piernas. Esta fue la primera de una larga lista de desgracias que envolvieron a los coches y conductores que equiparon algunos de sus componentes.
Dos de las ruedas de Little Bastard pasaron a formar parte de un automóvil de competición. En medio de la carrera, ambos neumáticos estallaron y el coche se estrelló contra uno de los rivales. El corredor no murió, pero estuvo varios días en coma. Por otro lado, Barris vendió el eje de transmisión y el motor a dos pilotos, uno de ellos un médico aficionado a las carreras. Durante la competición, ambos coches sufrieron una brutal colisión que acabó con la vida de sus ocupantes.
Temeroso de ser alcanzado por la maldición, Barris decidió deshacerse de la carrocería y el chasis. El Porsche de James Dean fue a parar a un museo de Sacramento (California, EEUU) para ilustrar los peligros de la velocidad en carretera. Aunque parezca increíble, Little Bastard cayó del pedestal donde estaba expuesto y le rompió la cadera a un joven visitante.
Finalmente, sus dueños decidieron llevarlo al desguace y destruirlo. Mientras era transportado a Nueva Orleans, el camión que lo llevaba fue alcanzado por un automóvil. El conductor del coche salió despedido para ‘enterrarse’ bajo las ruedas de Little Bastard y fenecer. Hasta el día de su ‘muerte’, este Porsche ‘del Averno’ se llevó la vida de cuatro personas y causó heridas de gravedad a otras cuatro. ¿Casualidad?, he aquí el misterio.
Asi que ya saben por si se les ofrece bautizar un auto con un nombre muy original, es mejor escoger uno que no tenga connotaciones macabras, malas o similares. Pudo ponerle el pequeño angelito (nombre demasiado gay para un auto de un hombre, pero por lo menos tal vez de haberlo hecho seguiria vivo)
Spyder de Dean tras el accidente
LOS NIÑOS LLORONES DE BRUNO AMADIO
En los años 70, era muy común decorar las casas con cuadros de niños que lloran. El pintor de estos cuadros era un personaje misterioso llamado Bruno Amadio. Por un lado se dice que era italiano, ya que había firmado en sus cuadros como Giovanni Brangolin.
Al igual que su vida, la leyenda que le acompaña también tiene un origen incierto. Según cuenta la versión más extendida, Bruno Amadio, harto de ser un pintor de tres al cuarto, pactó con el diablo para poder tener la fama y el reconocimiento que se merecía. (No se sabe a qué precio). La cuestión es que, de la noche a la mañana, sus cuadros se hicieron muy populares y a mediados de siglo eran un tesoro preciado del que se hacían cientos de reproducciones todos los años. A más de uno les sonarán las caras de estos niños pues más de una de nuestras abuelas seguro que lució una de estas copias en el salón. En algún lugar debió de ocurrir un incendio en el que lo único que se salvó fue el cuadro del niño llorón y aquí fue donde se desencadenó la leyenda que conocemos hoy en día. Las casas donde se cuelga uno de estos originales arden en llamas y son fuente de misteriosos poltergueist y fenómenos extraños.
En una de las versiones de la leyenda urbana se cuenta que el primer cuadro que pintó Bruno, se quedó en el mismo orfanato de dónde era el niño retratado y que dicho orfanato ardió hasta los cimientos a los pocos días, todos murieron abrasados, incluso el propio niño que fue pintado por Amadio en el cuadro que, misteriosamente, fue el único objeto que no fue pasto de las llamas. De esto modo, el espíritu del niño quedó atrapado de algún modo en el lienzo que arrastraría la terrible maldición por el resto de los días. Personalmente, ésta versión que ronda por la red me parece una invención folklórica, pues ya se sabe lo que pasa con este tipo de leyendas en las que los dimes y diretes las van redondeando para rodearlas del entorno más macabro posible.
En fin, al final de los años setenta la leyenda se extendió como la pólvora y los testimonios sobre la mala suerte de todos aquellos que poseían uno de los cuadros de la colección se multiplicaban por momentos. Nadie quería tener uno de estos cuadros en su casa y las copias dejaron de realizarse por falta de pedidos, “por si acaso”, todos fueron descolgando sus cuadros y arrinconándolos en los desvanes si no deshaciéndose de ellos lo más rápido posible.
Cuentan, que en determinadas fechas, si uno se ponía delante del niño llorón podía pactar con el diablo, y éste te podía mirar directamente a los ojos a través de los enrojecidas y llorosa mirada del niño.
Hoy en día todavía quedan muchos de sus cuadros en circulación, y todavía son muchos los que aseguran que en sus hogares suceden hechos extraños. ¿Leyenda urbana? ¿Cuentos de viejas? Para comprobarlo tan solo hay que comprar uno de estos cuadros y colgarlo durante una temporada sobre la cabecera de sus camas. Eso sí… tengan un extintor bajo la almohada.
Y si ya tienen un cuadro en sus casas pues mejor, podrían pensar seriamente en regalárselo a esa tía que no les cae bien, o al compañero de trabajo fastidioso, cosa que si les pasa algo, dicen que fue el destino y ya. . .
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Como ultima recomendación, si van a comprar algo que tenga mucha antigüedad o procedencia dudosa, investiguen bien, o si son de esas personas que no creen en supercherias, compren un buen seguro de vida, ya que si llega a ser cierto pues almenos dejan a alguien con plata, no hay que ser egoistas.
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